Por Pablo Mckinney
Acosado por tirios y troyanos, por sabios ricos y brutos pobres, por tontos útiles e inútiles sabios. Sentenciado sin acusación ni derecho a la defensa, vilipendiado por razones que -de a poco- van desnudando el tiempo, en agosto del 2022, al salir del Ministerio de Educación, Roberto Fulcar, cual sacerdote sureño entre chaolín y cura de barrio, dijo para que lo escucharan los interesados: “el tiempo pondrá todo en su lugar”.
Dos años después, luego de aquellos iniciales e iniciáticos twitters tan lamentables, el actual ministro de Educación, Ángel Hernández, dijo: “(Roberto Fulcar) es una persona seria y trabajadora que merece todo mi respeto. (Él) logró hacer lo que tenía que hacer durante la pandemia del covid-19, (…), enfrentando el desafío de un año escolar que pudo haberse perdido. (…) él lo hizo bien, hizo lo que tenía que hacer dentro del contexto en que se encontró, en una pandemia terrible, (…). Conozco a Fulcar desde hace más de veinte años”.
Como ven, en esta ocasión, el tiempo, “el implacable”, ha servido, no solo para poner las cosas en su lugar, sino también para colocar las mentiras y los bulos, los bots y los insultos en el suyo. Con su permiso.































